Cada día
siento más pena -sirva esta palabra aquí y ahora entendida como
pena y como vergüenza- de formar parte de una comunidad tan pasiva
como ésta.
Durante la
plática de la mañana escuché opiniones y razones de todo color y
lado, de los de aquí y de los de allí, y también de los de más
aquí.
Llamó mi
atención una de nuestras características comunes vista desde fuera
En
muchos lugares es objeto de admiración la concentración de culturas
en un solo país.
Y
bueno, por esas cosas que tiene la vida, lo que para muchos es un
tesoro, para otros, es una auténtica condena. Lamentablemente, en
estos últimos tiempos, el asunto está mucho más agitado que de
costumbre, y la condena está viéndose atacada con más intensidad y
continuidad de lo que habitualmente nos tiene acostumbrados.
De
lo que muchos no se han dado cuenta todavía, es que el crecimiento
de ataques no tiene más razón que la falta de recursos ante la
debacle económica a la que estamos sometidos. La situación actual
ha empezado a destapar acciones fraudulentas que bajo el amparo de la
quimera de la opulencia, pasaba desapercibida por la gran mayoría.
Actualmente,
son muchos los frentes abiertos, y pocos los hombres posicionados y
capaces, situación a la cual hay que añadir el miedo a sus acciones
pasadas y la incapacidad ante su propia incompetencia a la hora de
encontrar soluciones que convengan al pueblo.
Es
en tiempos como los que ahora vivimos cuando puestos a apostar, ya no
queda nada que perder, cuando la exaltación de la masa social puede
llegar a niveles más irreflexivos, realmente peligrosos.
Y
es ahora cuando muchos de nuestros lideres aprovechan la situación
para manipular a la sociedad con el solo propósito de conseguir un
nuevo mandato con el cual mantener su estatus a expensas de una
población que no obtendrá más recompensa que nuevas promesas
creadas para la ocasión mientras ya no les queda nada que llevarse a
la boca.
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