No
sé si alguno de ustedes ha paseado una tienda de “souvenirs”,
aquellas que proliferan en los lugares turísticos donde hace unos
años encontrabas muñecas vestidas de flamencas, castañuelas,
azulejos que decían “Hoy no se fía, mañana sí” y ceniceros en
los que se podía leer “Aquí no fuma ni Dios”.
Uno
de éstos últimos, el cenicero de marras, tenía su base operativa
en la casa del vecino de al lado.
Mi
padre, que era de aquellos hombres al uso,de los que marcaron una
época, un tiempo donde todavía entrar en la casa del vecino de al
lado era algo natural, sin que aquel traspaso de domicilio quisiera
decir queja o descontento, cada vez que entraba en el comedor -eso
que ahora nos empeñamos en llamar salón, aunque sigamos comiendo en
él- y veía aquel cenicero, lo cogía, lo miraba, y acto seguido,
leía en voz alta: “Aquí no fuma ni Dios”. Después, miraba al
vecino y le decía: “Vecino, ¡pero si aquí fuma hasta la virgen!
“ y luego, pues hablaban de lo que conviniera.
Dirá
más de uno que, a parte de una escena de “Cuéntame”, ¿Qué
puede parecer esto?
Pues
todo ha sido un flash que leyendo alguna noticia de nuestro ahora, me
ha traído aquel recuerdo a la palestra.
¿Qué
fue? Aquí tienen la respuesta:
Pensé
en la afirmación constante de transparencias y honestidad por parte
del gobierno,”Aquí todo el mundo es honesto” o algo parecido, y
acto seguido, la réplica que, si mi padre estuviese aquí, sin duda
diría: “Aquí no se salva ni el rey.”
Y
seguro que, sin miedo, se quedaría tan pancho.
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