En
la política que se gasta en el viejo continente, no se debate una
razón sino que se sopesa únicamente quien tiene más peso dentro de
la unión.
En
las negociaciones de alto nivel político se están utilizando
raseros mercantiles -eso por no llamarlos literalmente comerciales-
en esta unión el peso político lo gana aquel que mejor se sabe
vender, tal como viene pasando en la vida de a pie, donde muchos
charlatanes o guaperas al uso se han hecho con puestos de
responsabilidad, sin tener en la mayoría de las ocasiones, ni
puñetera idea de como funciona el cotarro en cuestión. Ha sido así
y no de otra manera, como cada uno en su pequeño círculo ha ido
creando pequeñas debacles que se han ido sumando hasta llegar a la
desastrosa situación que nos consume. Los guapos de la fiesta- por
llamarlos de alguna forma, no tienen más fórmula de salvación que
aquella que los libra a ellos mismos, aunque sea a costa de toda un
civilización. En nuestro caso parece que la mayor preocupación del
presidente es que se tuviese que llegar a tocar aquello que se conoce
como grandes fortunas: término con el que hasta hace pocos años se
conocían a aquellos patrimonios fácticos, instaurados desde
siempre, aunque ahora, podríamos ampliar el corralito a aquellos que
han engrosado su patrimonio en proporciones difíciles de contar con
las fórmulas financieras al uso. Este engorde antinatural ha tenido
como principal consecuencia la bajada de peso de las pequeñas
economías, que para más, se han acabado convirtiendo prácticamente
en las únicas benefactoras de toda esta descabellada situación que
padecemos, pasando por encima incluso del hecho que incluye su
aniquilación.
De
manera accidental, y digo accidental por no empezar a utilizar el
término “presunto”, se están confundiendo términos: Se está
desviando el término grandes fortunas hasta entremezclarlo con
grandes ahorradores, cuando la verdad es que nunca esas grandes
fortunas se forjaron en el ahorro -eso hasta el más simple lo sabe,
otra cosa es que por intereses varios, se haga el loco o el
inoperante- con la única intención que convencer a los de a pié,
como siempre, que la patria necesita más que nunca de su
colaboración, mientras los auténticos señores de la guerra, en
este siglo veintiuno, se quedan en el congreso de turno dejando
actuar la peste aniquiladora al uso, esperando que continúe
lloviendo café envenenado que fulmine al pueblo llano, para evitarse
el trabajo de seguir inventando fórmulas con las que hacerse con los
dineros del pueblo llano que cada día más, sin remedio, se
escarnece.
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