miércoles, 3 de abril de 2013

ME LLENA DE ORGULLO Y SATISFACCIÓN...


Me llena de orgullo y satisfacción. No, ¡no!
Ni me llena de orgullo ni de satisfacción ver como esos pequeños detalles, esos que cuestan mucho mantener y que carecen de utilidad pero que, llegado el caso, a modo de un buen fondo de armario, visten mucho, pierden su brillo y esplendor, como si de ajadas quincallas de rastro se tratase, lo mejor, no cabe duda, es deshacerse de ellas, cuanto antes mejor -no hay que darles nunca la oportunidad de que empiecen a oxidar y acaben por perder todo el esplendor de antaño.
No hace falta ser tan cruel con joyas tan preciadas, tanto que por ellas y por lo que ellas representan, después de todo, a parte de vivir bajo nuestra protección y cuidado, de habernos quitado el pan de la boca o habernos reverenciado en su presencia durante años, siempre han sido nuestro mejor abalorio, nuestras joyas fetiche, esas a las que más que respetarse se les teme -aunque en silencio, en la intimidad, como cuando Josemari hablaba catalán en la intimidad -como si aquello de hablar catalán en la intimidad fuese lo común en un señor natural y vecino de la villa fuese hacerlo-.
Creo que somos una sociedad muy sufrida y algo desvalida y que toda ese alardeo de grandeza intrínseco en nuestra conducta no es más que la respuesta utilizada a modo de mecanismo de defensa. Somos una sociedad enferma, y no es de ahora, sino de hace muchísimos años atrás. Damos el perfil de aquel hijo que no es capaz de romper el cordón umbilical que le une a una madre, que aprovechando su estatus y la confianza natural que debe transferir, se encarga de manipular y exprimir al hijo más amado.
Y ahí la tenemos, unida a nosotros, aún conociendo sus crímenes más sangrientos -cosa que nos convierte en cómplices y cooresponsables del delito- seguimos apoyando, aunque sea, como antes he dicho, por puro miedo.
Somos de tal naturaleza, de desprendido tal, que ni tan siguiera nos planteamos, de momento, dejar la nostalgia a un lado, deshacernos de esos idílicos aires de grandeza que nunca tuvimos y que a modo de madraza inculcó en nuestros adentros.
Dejemos de una puta vez atrás el miedo, hagamos que se cumpla la voluntad de la razón, la que rige a los auténticos pueblos. Que la pague quien la hace, sea cualquiera su origen o credo, con una misma ley para todos, los que viven y los que mantienen el sistema, ese mismo que nos adorna con un collar de perlas que no son otra cosa que el disfraz de la joya que nos ahoga.
A mi eso, si que me llena de orgullo y satisfacción.

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