La
legalidad, como los gobiernos, es transitoria y aunque a algunos les
cueste aceptarlo, no deja de ser más que una moda de moralidades,
por así decirlo.
Quizá
si formásemos parte de una sociedad donde quienes nos dirigen
fuesen, como ocurre en algunas culturas, los más sabios o los más
viejos de lugar, podríamos permitir este tipo de uniones, pero
cuando del tipo de gobierno del que estamos hablando es elegido por
los propios ciudadanos y en sus reglas de juego no existen requisitos
excluyentes para nadie, es bastante fácil que a la primera línea de
mando lleguen individuos de todo tipo para regir los destinos de un
pueblo.
Es
difícil entender como con una base tan precaria se puede pretender
que los destinos de una sociedad lleguen a buen puerto.
La
legitimidad comparte gran parte de su significado con la legalidad
pero llegado un punto, nos damos cuenta que se trata de una realidad
mucho más amplia, ya que refleja lo que es realmente justo. Dicho
esto no es necesario decir que no siempre lo justo es lo legal. La
legitimidad tiene un matiz ético y es por ello que no se debe
permitir su alteración por cualquier chiquiliatre de turno -con todo
respeto al chiqui-
En
estos últimos tiempos los gobernantes, a modo de líderes religiosos
están combinando términos de cariz totalmente diferente, a capricho
no solamente de la palestra de turno, sino de de todos aquellos que
pagan para mover los hilos del guiñol político que entretiene al
pueblo mientras éste, va perdiendo fuerza. La vuelta al pasado
empezó y de momento nadie se molesta en pararla, los más jóvenes o
no se dan cuenta o se lo toman a risa; los mayores han visto ya de
todo y no se espantan, en cierto modo les da igual lo que acabe
pasando. No es que sean egoístas, pero llegado a un punto, el
sistema los relega a un plano en el que la mejor opción es la
discreción.
Estamos
retrocediendo, muchos de nosotros sin darnos cuenta, al oscurantismo
del medievo, la instauración del vasallaje es un hecho: los poderes
fácticos se muestran ya sin pudor, y nos recuerdan de nuevo aquello
de “Tanto tienes, tanto vales”, “Ver, oír y callar” y otras
tantas formas de decirnos que “Aquí mando yo y se hace lo que yodigo”.
Siguiendo
la frase hecha, y tomándola como referente legítimo de la sabiduría
popular, a todo mi pesar tengo que reconocer que aquello de “La ley del más fuerte”, en estos momentos, es legítimo y legal.
Y
bueno, puesto en faena, a estas alturas no queda más que
encomendarse a los más poderosos, me despido con un “¡Que Diosreparta suerte!