Lo
cierto es que me cuesta muchísimo morderme la lengua. Me resulta
bastante difícil continuar callando con la que está cayendo, entre
las líneas rojas, que uno ya las ve por todos lados -deberían leer
el Xlsemanal de hoy, por ejemplo y la crisis que dicen que llega...
Menos
mal que recordé que algunos estamos en crisis desde los ochenta, que
no levantamos cabeza desde entonces, que no conseguimos, por alguna
razón, sacar tajada del ladrillazo -ahora se llama mordida, por
cierto-. Podría decir más cosas pero no es el momento.
Hoy
las lineas rojas para mi son económicas y de a pié. No puedo ver
ciertas cosas y seguir impasible. ¿qué dirían ustedes si se
encuentran a la vecina del segundo en el parking del centro comercial
con su coche último modelo, recién matriculado, y su bolsa repleta
de delikatesen de la tienda nueva, de esa que tiene unos precios no
aptos para los mortales de a pie.
No
es envidia. Es indignación total. Poco me importan los coches o lo
que comen los vecinos, pero cuando éstos están viviendo en un piso
que les ha quitado el banco y en el cual continua viviendo, debiendo diez mil euros a la comunidad de la que ambos formamos parte, si, me
indigna.
La
indignación no es por mi vecina, ella se lo curra bien, pare cada
nueve meses para asegurarse que no la ponen en la calle mientras el
banco le quita el piso pero no lo declara en el registro de la
propiedad, para evitar pagar las deudas generadas en la comunidad y
seguro en alguna cosa más.
Los
bancos siguen siendo los niños mimados del sistema, unos entes a los
que el estado protege y premia mientras ellos continúan engrosando
su patrimonio, primero se inventaron dinero que no tenían, y ahora
especulan con pisos que son suyos pero a la vez no lo son, y mientras
unos gastan en delikatesen y coches nuevos el dinero de todos, otros
se las ven y se las desean para comer mañana.